Acérquense todos, no pierdan momento,
que la Milagrosa ha llegado a este pueblo.
Señoras, señores, infantes y abuelos,
milagros de Cádiz que son milagros del Cielo.
Plata de mar que a la Luna roba su brillo,
caracolas con pececitos dormidos,
levante en botella, si lo dejes ir no lo agarras.
Y como en cualquier otro carro,
¿Alegría? ¡No! ¡Chatarra!
Arena de oro. Torretas más altas no vieron.
¿Tal vez un barco? ¿Dos barcos?
¿Tres barcos? ¡Un Astillero!
Perfumes fenicios para las mujeres hermosas.
La sal de la gracia. La luz.
El sol por su casa. Disfraces.
Estrellas de agua. Las coplas. Cañones sin fuego.
Vamos, vengan sin miedo...
De todo, hay de todo en la Milagrosa.
Milagritos, milagritos, milagritos, milagritos.
Remedios de Cai pa pobres y ricos.
Milagritos milagrosos, milagritos milagreros.
Los precios, chiquilla, que están por los suelos.
Vasijitas romanas. Lucernas.
Faroles. Piedras ostioneras.
Conchas de colores.
Carnets de paraos. Sortijas.
Velas de veleros. Monedas.
Azulejos. Poemas. Especias.
Refranes. Sombreros.
Acérquense todos, no pierdan momento,
si el mundo se deja, el mundo les vendo.
Queremos advertirles: no somos como los otros buhoneros,
que les da igual engañar con tal de llevarse los dineros.
Todito, todo lo que les ofrecemos remedios son de alta calidad,
y con la mano en el corazoncito, aseguramos,
prometemos y juramos
que diremos la verdad, la verdad, la verdad
y nada más que la verdad.
Tome estas hierbas al irse a acostar,
mano de santo pa los catarros.
Él probó este ungüento como loción capilar
y en un mes dejó de estar calvo.
Contra el reúma estas cataplasmas
y correrá como las mismas liebres.
El viejo, aplíquese esta pomadita,
azuquita y qué peligro con las mujeres.
Pa las depresiones, chupe estas hojas muy tranquilito.
Y para los males, males de amores,
eso lo arreglo con unos polvitos.
Con este bebedizo fuera afonía: una demostración,
Quiqui, este hombre no veía tres en un burro
y con esta agüita ahora ve dos.
Y también tenemos
pa los calores, roedores, sudores, picores,
temblores, ardores, temores, vapores
y toda clase de dolores.
Esta es la verdad, la puritita verdad.
Hay una regla en este carro:
el buhonero nunca fía
para que jamás nos suceda
lo que a la vieja Andalucía.
Una mañana los charlatanes,
dando esperanzas, dando soluciones,
y les compraron sus patrañas,
los ganaderos,
los obreros,
los pescadores.
Y les hablaron de trabajo,
de proteger a las mujeres.
Por miles se acercaron,
oyeron, suspiraron
y cayeron en las redes.
Sus recetas milagrosas,
sus mentiras pïadosas
por el sur las derramaron.
Y se hicieron poderosos
con los votos generosos
de aquellos que se fiaron.
Embaucadores y farsantes,
oradores, comediantes,
artistas del engaño.
Les vendían, pobrecitos,
utopías en frasquitos
cada cuatro años.
Para que jamás nos suceda
lo que a la vieja Andalucía,
hay una regla en este carro:
el buhonero nunca fía.
Ha llegao la hora de repartir.
Vamos a repartir.Vamos a repartir.
De lo que hemos podío vender por aquí.
Lo que sea pa ti. Lo que sea pa mí.
Y pa mí, y pa mí.
Antes de comer, antes de dormir.
Vamos a repartir.
Me han comprao una Luna de La Caleta.
¿Con agua o sin agua? ¡La luna quieta!
¡Señores, yo el muelle con tus barcos, qué poderío!
¡Si nadie lo quiere! ¡Po lo he vendío!
Yo, pregonando, no menos treinta libretos,
de chirigotas, comparsas y cuartetos.
¡Me lo he currao! ¿Y los coros, qué?
Los coros na, ni regalaos.
Yo, el ayuntamiento. ¿Con sus ladrones?
Yo, la autopista. Ole, sus cojones.
Yo, el Vaporcito.
Yo el casco antiguo.
Yo, una catedral.
¿Y tú qué? Yo na.
¿Y tú qué? Yo na.
¿Na de na? ¡Na de na!
Pues prepara la cena.
¡Y tú luego a fregar!
Cai de fanfarrones y de pipirigaña,
Cai de trabalenguas, Cai de mis entrañas.
Yo maldigo mi suerte como maldigo el dinero,
y que Dios me perdone por vender lo que más quiero.
Al cobijo del fuego
las llamas nos traen
las voces de los hermanos que se fueron.
Y en esta noche amarga
a la mente me vienen
los versos de un marinero:
“Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera,
llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh, mi voz condecorada
con la insignia marinera.
Sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella,
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela”...
Que yo también, mare mía,
quiero morir donde viven,
donde viven mis poetas,
en agüitas de la Bahía.
Rafaelito y Fernando
ya están juntitos
y mandan besos a Cai
en los barquitos.
Alegría, alegría, que no se diga,
que quién se muere en Cai,
Dios mío, que vive pa toa la vida.
La Lunita está asomá,
la oscuridad
se hizo presente.
Hoy no se nos dio tan mal,
ni fu ni fa,
igual que siempre.
Con el alba hay que partir,
se acaba aquí el cachondeo.
Venga, vamos a recoger.
¿Chiquillo esto qué es?
Creo que está lloviendo.
Otro día, otro lugar
y a pregonar:
¡La Milagrosa!,
que sus puertas abrirá
para mostrar
la mar de cosas.
Qué vida más achuchá.
De aquí pa allá, qué sufrimiento.
Monta el carro. Quita el carro.
Sube, baja, ¡si no paramos!
¡Aligera, quillo que es verdad,
que está lloviendo!
¡Me cago en la...!
Queda mucho por andar,
por conquistar
rumbo al infinito.
Hasta otra y ojalá
sepan usar
nuestros milagritos.
No les decimos adiós,
sabe mejor un hasta luego.
Otros vendrán, con otra canción,
otras historias, otra ilusión...
¡Pero volveremos!
si quieren, mañana
¡se lo contaremos!
Antonio Martínez Ares - Comparsa "La Milagrosa" (2000)
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